En mi sueño, estoy parado en un campo grande con hierba verde. Me recuerda el sueño “El Viejo portón gris” donde la hierba era muy verde y el aire era fresco. Hay muchos otros trabajando en el campo, pero pareciera que el trabajo que estamos haciendo no da resultado. De repente, se oye mi nombre celestial y un ángel desciende del cielo. Al aterrizar, sus alas se doblan, se doblan, y se vuelven a doblar dentro de su espalda. Al acercarse, sonríe y reconozco sus hoyuelos. Es el Heraldo. Se me acerca y yo le digo que lo he extrañado y que ha pasado tiempo. Me dice que ellos (los ángeles) han estado ocupados con muchas preparaciones. Le pregunto si él fue el que le habló a la dama llamada Candace. Me dice que no, pero que muchos ángeles están preparando a muchas personas para el regreso del Rey, y que él ha sido enviado para mostrarme algo muy importante.
El Heraldo pide mi mano derecha y entonces sus alas se desdoblan de sus espaldas. Comenzamos a ascender por el aire. Al volar hacia arriba, le digo que tengo otras preguntas que he querido hacer. Me dice que Dios conoce todas nuestras preguntas. Le pregunto del libro Compromisos Sutiles y que ese libro ha sido mencionado tantas veces en mis otros sueños. Le pregunto por qué ese libro no está disponible a tantos que lo quieren leer. Me contesta que Dios lo sabe y que Él se encargará de proveer ese libro cuando llegue el momento apropiado y lo hará de la manera que Él vea mejor. Le pregunto si él o algunos de los otros ángeles han estado dando ese libro a ciertos individuos que lo necesitan. Me responde que Dios provee las cosas necesarias cuando llega el momento de necesidad. El Heraldo me dice que Dios ha escuchado las muchas oraciones de individuos que han orado respecto a ese libro y que cuando el Gran Creador esté listo, Él lo proveerá, pero será a su manera.
Llegamos el Heraldo y yo al pasillo y él me dice, “Sentémonos aquí un momento. Ahora debo mostrarte algunas cosas muy privadas. No debes divulgar la identidad de quien te voy a mostrar. Es muy importante para la obra que está por delante de aquéllos que forman “los que son”. Nosotros (los ángeles) hemos estado trabajando y pronto ustedes que constituyen “los que son” comenzarán su labor. Pero ustedes no están listos. Fíjate en los detalles de lo que te voy a mostrar y ayuda a enseñar a otros. Me sonríe y dice, “Hay una gran obra por hacer. Recuerda que el universo entero está observando estos momentos finales importantes.”
El Heraldo se pone de pie, atravesamos una pared y entramos a un cuarto. Ahora veo a familias sentándose para comer. Me explica que ellos no saben que nosotros estamos ahí. Me doy cuenta que es una comida especial para una ocasión especial. Los alimentos puestos sobre la mesa son los que uno esperaría de una persona mundana. Los individuos se toman de la mano y se ofrece una oración que es una burla al Creador del universo. Observo mientras se sirven la comida. El Heraldo dice, “Presta atención a los detalles. Nota que están ingiriendo como combustible cosas que “los que son” no debieran comer. Observo mientras se atracan en el nombre de un día especial. El Heraldo dice que yo debo entender y compartir con otros la importancia de lo que se me está mostrando.
Me pide que le diga las cosas que les veo comer. Le digo que veo que lo principal es algo que antes era una creación de Dios. El Heraldo me llama por mi nombre celestial y me dice, “Tienes que mencionar en detalle lo que ves que están comiendo. Necesito que me digas lo que les ves comer.” Le digo que veo que han preparado para comer un pavo con relleno. Me pregunta, “¿Cuáles otros detalles ves?” Le contesto que veo papas y salsa. Me dice que note que la salsa está llena de grasa y que también ha sido hecha de partes de un animal muerto. Le digo, “Pero también hay vegetales.” Él me pregunta, “Pero, ¿qué de los vegetales? Fíjate que han sido elaborados y cubiertos con aceites y mantequillas, entonces se les han añadido especias para dales sabor. Fíjate también que esos artículos han sido cocinados tanto que han perdido lo nutritivo. Veo tazones grandes con distintas clases de nueces que no están en su estado natural. Han sido tostadas y algunas tienen una capa de miel o de azúcar. Otras están cubiertas de un sabor picante.
El Heraldo me pregunta, “Dime, ¿qué más ves?” Le contesto que veo distintas clases de panes y pastelillos con una variedad de mermeladas y jaleas. Me pide que me fije en la bebida que tienen. Algunos tienen un jugo común, pero otros se han servido un jugo fermentado. Veo tazas de café aguardando estimularlos para que puedan seguir comiendo. El Heraldo me pide que vaya a ver lo que tienen para más tarde. Vamos a otro cuarto y veo una variedad de pasteles—de calabaza, manzana, cereza, limón y banana. Me pide que me fije que para todos esos pasteles, han provisto algo para ponerle encima. También hay muchas clases de galletitas dulces y caramelos. Me pide que note que también tienen helado. Abro el congelador y veo que tienen casi todos los sabores.
Regresamos a las mesas y los observamos comer y comer. Algunos tienen que zafarse el cinturón para que les quepa la barriga hinchada. Entonces el Heraldo me dice que me fije en el reloj. Las manos se mueven rápidamente y cuando vuelvo a mirar, todos se han ido. Cuando pregunto dónde están, él me dice que me lo mostrará. Caminamos por la casa y todos están durmiendo y engordando después de su fiesta. Él dice que ya tenemos que irnos. Regresamos al pasillo y el Heraldo dice que el pueblo de Dios ha pedido el Espíritu Santo, pero ¿cómo puede Dios derramar su Espíritu en vasijas dormidas?
Ahora el Heraldo me dice, “Ven. Quiero mostrarte algo.” Atravesamos el pasillo y llegamos a un campo donde viven caballos bravíos. Me dice, “Estos caballos no le pertenecen a nadie y sólo los alimenta el Gran Creador. Fíjate como corren.” Observo mientras corren y parece que tienen una fuerza y energía tremendas. El Heraldo me pregunta en qué condición yo creo que esos caballos estarían si viviesen y comiesen como el grupo que acabo de ver.
El Heraldo entonces me dice que vaya con él a ver otra cosa. Atravesamos la pared y nos encontramos con un hermoso automóvil deportivo. Es un auto tipo exótico que cuesta muchos miles de dólares. Me pide que observe mientras el chofer prende el auto. Instantáneamente, el motor se pone a marchar. El chofer lo engrana y acelera lentamente a la pista. Ahora corre muy rápidamente. Regresa, sale del carro y con mucho cuidado limpia el acabado hermoso con una toalla suave. Entonces recoge un recipiente de gasolina de alta calidad y cuidadosamente se la pone al carro.
Entonces el Heraldo me dice que vaya con él para mostrármelo de una manera distinta. Atravesamos la pared, cruzamos el pasillo y volvemos a donde acabábamos de estar. El chofer va hacia ese carro hermoso y le echa gasolina barata. Entonces le echa botellas de gaseosas, tés con cafeína, y una cafetera grande llena de café. Le mete muchos postres, hamburguesas, comida rápida, papitas fritas, burritos, emparedados de pollo y pavo y perros calientes. Entonces le echa al tanque un saco de diez libras de azúcar. Ahora el chofer saca botellas de aditivos para el combustible que parecen vitaminas y las echa dentro del tanque. Entonces da la vuelta al auto y se mete. Trata de arrancar el auto, y éste comienza a brincar, toser y arrojar humo. Por fin arranca y mientras se va, petardea y echa humo. El Heraldo se vuelve hacia mí y dice, “El creador de ese auto diseñó una máquina de carreras perfecta. El chofer decidió echar al tanque el peor tipo de combustible, en vez del mejor. Observo mientras el auto se dirige hacia un garaje donde un mecánico pueda hacerle arreglos. El Heraldo me dice que tan pronto como el mecánico arregle el auto, el chofer le volverá a meter otras cosas.
Al regresar al pasillo, el Heraldo todavía me tiene de la mano. Nos sentamos mientras me explica que ahora es el momento cuando “los que son” deben corregir sus dietas. Tenemos una gran obra por delante y las cosas con las cuales nos hemos alimentado prohibirán la obra del Espíritu Santo. Tenemos que dejar de comer cualquier cosa viviente que Dios ha creado que vuele, camine o nade. Tenemos que dejar a un lado y evitar los postres de la vida y usar el ejemplo del caballo y el auto para mostrarnos cómo debiéramos alimentarnos.
Ahora el Heraldo me dice, “Ven. Quiero mostrarte algo que has visto antes.” Nos paramos y atravesamos la pared. Al instante sé dónde estamos. Éste es el sueño que tuve de nuestra primera comida en el cielo (A la mesa). Estoy allí solamente como un observador. La mesa es larga y todos se reclinan sobre sus costados. Las cosas que vi son demasiado maravillosas para decir con palabras. El Heraldo dice que quiere que yo note las cosas que han sido puestas en la mesa. Veo esparcida una variedad de alimentos. Hay cosas que parecen bananas, manzanas, naranjas, peras, uvas, y cerezas. Hay un surtido de hojas de varios colores. Veo un conjunto de flores para comer, como también para disfrutar de su belleza. Hay toda clase de nueces peladas y distintas clases de granos cosechados de los campos celestiales.
El Heraldo me llama por mi nombre celestial y me dice que mire a lo largo de la mesa. Veo a Jesús como si estuviera caminando por el medio de la mesa y acercándose hacia mí. Está vertiendo de un jarrón grande en copas de oro puro enmarcadas de plata. El Heraldo me informa que cada uno de los que está sentado a la mesa tiene su nombre grabado en su copa. Sus nombres también están escritos en la mesa. Jesús se detiene, me mira y dice, “Le he pedido a mi Heraldo que te muestre las cosas que tengo. Quiero que te fijes en la fiesta que he preparado para ustedes aquí. No se parece en nada a la fiesta que tienes ahora. Tengo tantos deseos de trabajar con mi pueblo, pero no puedo. Les he pedido que preparen una vasija donde pueda verter mi Espíritu, pero no lo han hecho. Pronto tendré que comenzar una gran obra. Ya la he comenzado con mis ángeles, quienes están haciendo una gran labor.” Miro a la mesa y pregunto si me puede dar una flor u hoja de la mesa. El Gran Anfitrión me llama por mi nombre celestial y dice, “Debes permanecer fiel a mí y pronto esto, y mucho más, será para deleite tuyo. A aquéllos ‘los que son’, les pido de favor que vengan a comer a mi mesa. Escojan ahora cómo van a vivir.” Una vez más me llama por mi nombre celestial y dice, “Quiero que compartas con otros lo que te he mostrado.” Jesús mira al Heraldo y le dice, “Gracias.”
El Heraldo y yo regresamos al pasillo. Nos sentamos y yo comencé a llorar. Él me dijo, “Sé que esto es duro, pero pronto, si eres fiel, verás al Gran Anfitrión.” Me dice que de todos los cambios, la dieta es lo más difícil de cambiar, pero que tenemos que hacer el cambio. Pronto el Gran Sanador quiere que obremos como sanadores. No podemos servirle si estamos enfermos como el automóvil. El Heraldo dice, “Se me ha dicho que debes leer algo, y yo te ayudaré a encontrarlo para que puedas compartirlo con su pueblo.” Me dice que Jesús instruyó a su profetisa, Elena de White, que escribiera lo que ahora aparece en el libro Consejos sobre el régimen alimenticio. Él dice, “Ese libro tiene información que debe ser leída y comprendida. Ya te he mostrado ese libro y ahora estás empezando a comprender su importancia. Pronto se cumplirá un año desde que el Gran Sanador te sanó a ti. Todo el cielo se regocija con el milagro que Él obró y los frutos maravillosos que ya han resultado gracias a tu sanidad. A causa de tu sanidad muchos han regresado a andar con Dios por medio de los mensajes que has compartido. También muchos ya descansan después de conocer y creer los mensajes. Ellos se despertarán para ver a Jesús venir en las nubes. Aquéllos que sufren de problemas serios de salud estarían bien si tan solo cambiasen la manera como comen. Con el tiempo, el cuerpo puede sanarse, y lo hará, por medio del poder del Gran Sanador. Ya te he mostrado, y ahora debes escribir lo que Elena de White escribió para preparar a aquéllos que aún están aprendiendo. Por favor, comparte este mensaje del Padre.”
Consejos sobre el régimen alimenticio, p. 18 “Nuestro Salvador advirtió a sus discípulos que inmediatamente antes de su segunda venida existiría un estado de cosas muy similar a lo que precedió al diluvio. El comer y beber sería llevado al exceso, y el mundo se entregaría al placer. Este estado de cosas es el que existe hoy. El mundo está mayormente entregado a la complacencia del apetito; y la disposición a seguir costumbres mundanas nos esclavizará a hábitos pervertidos: hábitos que nos harán más y más semejantes a los moradores de Sodoma que fueron condenados. Me he admirado de que los habitantes de la tierra no hayan sido destruidos, como la gente de Sodoma y Gomorra. Veo que existe suficiente razón que explica el estado de degeneración y mortalidad imperante en el mundo. La pasión ciega controla la razón, y en muchos casos oda consideración elevada es sacrificada a la lujuria.
“El conservar el cuerpo en una condición sana, a fin de que todas las partes de la maquinaria viva actúen armoniosamente, debe ser el estudio de nuestra vida. Los hijos de Dios no pueden glorificarlo a Él con cuerpos enfermos o mentes enanas. Los que se complacen en cualquier clase de intemperancia, ora sea en el comer o beber, malgastan su energía física y debilitan su poder moral.”
Entonces, el Heraldo me dice que es hora de que regresemos, porque hay una gran obra que debo hacer. Atravesamos el lado del pasillo y descendemos a la tierra. Al aterrizar, volvemos al campo verde donde comenzamos. El Heraldo dice que ahora debemos trabajar y prepararnos, pero que no lo podemos hacer solos. Siempre debemos clamar a Jesús y Él nos ayudará. El Heraldo de un paso hacia atrás y dice, “Pronto volveré a visitarte, porque hay una obra grande por hacer.” Miro hacia abajo y noto que en el campo lleno de hierba comienzan a brotar muchas hermosas flores silvestres. Cuando los demás individuos en el campo verde comienzan a caminar, comienza a crecer una variedad de flores.
Citas:1 Corintios 6:19
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
1 Corintios 10:31
Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.
Proverbios 23:3
No codicies sus manjares delicados, porque es pan engañoso.
Filipenses 3:19
…el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal.