En mi sueño estoy en un cuarto grande donde hay personas sentadas. Cuando me doy vuelta, veo al Heraldo entrar por la puerta. Viene hacia mí y le pregunto quiénes son esas personas. Me dice que son tenientes. Le pregunto si son militares. Él me dice que vuelva a mirar. Entonces veo al grupo grande como si fueran receptáculos limpios, brillantes cual cristal. Vuelvo a mirar al Heraldo y él me dice que ser un teniente significa estar “aguardando.” Me dice que vuelva a mirar y entonces los veo nuevamente como personas. El Heraldo me dice que son receptáculos limpios que aguardan ser llenados con el Espíritu de Dios.
Entonces el Heraldo dice, “Ven, por favor. Tengo algo que debo mostrarte.” Vamos a un lugar afuera que recuerdo del sueño “Firmes en la verdad.” Nuevamente me encuentro de pie frente a dos vigas de corte tosco. Cada una mide unas 12 pulgadas (30 cm) por cada costado. Una de las vigas mide unos 7 pies de largo (2,1 metros) y tiene en el medio un corte profundo, 12 pulgadas por 6 pulgadas (30 cm por 15 cm). La otra mide unos 12 pies (3,7 metros) de largo con un corte 12 pulgadas por 6 pulgadas (30 cm por 15 cm) a unos 4 pies (1,2 metros) del extremo superior. El Heraldo dice, “Tal como te fue dicho, afírmate sobre la madera, porque la madera es la verdad. Observa con cuidado.” Mientras miro, dos hombres mueven la viga más larga de manera que yace a lo largo frente a nosotros. Colocan la viga que mide 7 pies (2,1 metros) encima de la que mide 12 pies (3,7 metros) de manera que los dos cortes quedan alineados y ambas vigas se juntan para formar una cruz.
A la izquierda, dos hombres declaran que son inocentes y resisten cuando se les obliga a acostarse sobre cruces. Vuelvo a mirar a la cruz frente a mí y veo a Jesús que se aproxima. Cuando lo bajan sobre la cruz, Él extiende sus brazos voluntariamente y se los amarran con sogas. Veo la sangre cuando clavan sus manos y pies a la cruz. Por su rostro corren lágrimas. Me mira con los mismos ojos de amor que he visto antes. Me dice, “Lo que hago, lo hago porque te amo. Di a mi pueblo que les amo y que hago esto para que ellos puedan vivir. Diles que recuerden lo que estoy haciendo por ellos ahora.” El Heraldo y yo tomamos unos pasos hacia atrás cuando los hombres levantan la cruz y la dejan caer dentro de un hueco cuadrado, tallado en la superficie de una piedra. El hueco mide unos 2 pies de profundidad (0,6 metros) y algo más de 12 pulgadas (30 cm) por cada lado. Miro al Heraldo y él dice, “Éste es nuestro Creador, Señor, Maestro, y tu Salvador y Hermano.”
Entonces me doy cuenta que ha pasado un buen rato. Miro hacia arriba y veo a Jesús inclinar su cabeza. Ha muerto. Entonces un terremoto tremendo sacude la cruz violentamente. Me doy cuenta que si no fuera por las sogas que sujetan a Jesús a la cruz, Él sería lanzado de ella. Entonces aparece una grieta grande en la piedra al pie de la cruz. Un soldado se aproxima a Jesús y arroja su lanza hacia arriba, traspasando su lado derecho, justo debajo de su costilla. Sangre y agua corren por sus piernas hacia el suelo. Yo espero que se forme un charco. En cambio, desaparecen por la grieta al pie de la cruz. Le pregunto al Heraldo adónde va toda la sangre de Jesús. Él responde, “Eso será revelado para que todos lo vean.” Y señalando hacia atrás a Jesús, sigue diciendo, “Pero será a su tiempo.” Vuelvo a mirar al Heraldo y él dice, “La madera es la verdad. Tu Hermano murió para que tú puedas vivir. Él dio su sangre para que todos puedan vivir para siempre. Ven, por favor. Hay más que mostrarte.”
Entonces estoy en un culto en una iglesia. Al frente, un dirigente va y viene a lo largo de la plataforma hablando del amor y gracia que Jesús tiene hacia nosotros. Entonces dice, “Cantemos acerca de eso.” Aparecen palabras en una pantalla grande. Comienzan a cantar, “Jesús es amor y Jesús es gracia. Jesús es gracia y amor. Alcemos las manos a Jesús. Pidamos su gracia. Gracias por tu gracia. Te amamos, Jesús.” Repiten este canto varias veces mientras la gente mueve los brazos en alto. El Heraldo dice, “Ven. Quiero mostrarte otro culto de adoración.”
Entonces estamos de pie en otra iglesia. El pastor termina su sermón leyendo de la Biblia y de un libro titulado, El Conflicto de los Siglos. Entonces lee de un libro titulado, Testimonios para Ministros, y dice, “Por esto sabemos que todos debemos acudir ante el trono de Dios. Invito a los que desean dedicar sus vidas a Dios por primera vez a venir adelante. Si alguno quisiera volver a consagrar su vida a Dios, le invito a pasar adelante.” Cuando mucha gente va hacia el frente de la iglesia y se arrodilla, el Heraldo me dice que los mire con cuidado. Llevan dos libros—la Biblia y un libro titulado, Concesiones Sutiles. Dice el Heraldo, “Fíjate que ellos desean comenzar de nuevo. Han leído, estudiado y visto los errores de sus vidas y ahora desean volver a consagrar sus vidas a Jesús.” Me doy vuelta y oigo al pastor animando a otros a pasar adelante para aceptar la oferta de la sangre de Jesús y aceptarlo como su Salvador. Son tantos los que pasan, que el pastor pide que todos los pastores y ancianos presentes en la congregación pongan sus manos sobre estos individuos mientras él ora.
El Heraldo dice que tiene más que mostrarme. Ahora estamos en otra iglesia. Observo que varias diaconisas van al vestíbulo, donde está un carrito para el café. Recogen muchos pastelitos dulces. Entonces, del carrito toman un jarro grande plástico lleno de una bebida que imita el jugo de uva. Van a un salón cercano y allí, mientras conversan indiferentemente, cortan los pastelitos en trozos pequeños. Entonces vierten la bebida tipo uva en pequeñas copas de papel. Vienen diáconos y toman los pastelitos y bebida al frente de la iglesia. Los colocan sobre la mesa de la Santa Cena y los tapan con un mantel blanco. Entonces sale el pastor y relata a la congregación cómo Jesús limpió los pies de cada uno de los discípulos y que nosotros debiéramos hacer lo mismo. Pide que los diáconos pasen por las hileras de bancas y repartan toallitas mojadas para que cada uno pueda limpiar sus propios zapatos. Entonces el pastor dice que Jesús, en su amor y gracia, permitió que su cuerpo fuera quebrantado por nosotros. Él levanta los pastelitos y los reparten. Varios toman un puñado. Escucho a alguien quejarse que las mujeres están cortando los pastelitos en trozos demasiado pequeños. Entonces el pastor dice que la bebida tipo uva representa la sangre que Jesús dio por nosotros. Entonces hace que se distribuya la bebida. Antes de despedir a la congregación, el pastor dice que los diáconos estarán junto a las puertas de salida con platillos para recibir ofrendas. Dice a todos que el colocar una gran cantidad de dinero en los platillos es la manera de demostrar cuánto aman a Jesús. El Heraldo me dice, “Ven. Tengo más que mostrarte.”
Ahora estoy de pie en una cocina. Una mujer se arrodilla frente al fregadero y pide la dirección de Dios al preparar el pan para la Santa Cena. Se levanta, se lava las manos y reúne los ingredientes. Después de mezclarlos, coloca todo en una cacerola y entonces en el horno. Prende el reloj contador y entonces comienza a lavar los vasitos para la Santa Cena. Cuando suena el reloj contador, saca el pan del horno y lo corta en pedazos pequeños. Después de colocar el pan en una fuente plateada, lo cubre con un paño blanco, puro y se arrodilla. Ora en voz alta pidiendo a Dios que bendiga lo que acaba de preparar. Entonces el paño brilla con blancura viva.
Entonces el Heraldo me llevó a un culto de adoración donde el pastor dice que es hora de separarse para el lavamiento de los pies. Explica que hay un salón para las damas, uno para los hombres, y otro que las parejas casadas pueden usar en privado. Dice que todos deben tomar el tiempo necesario y regresar cuando hayan terminado. Se separan y yo observo primero a los hombres. Antes de lavar los pies uno al otro, oran y piden que el hermano los perdone por cualquier cosa que hayan hecho. Piden que Dios dirija el amor fraternal que gozan. Veo a padres lavando los pies de sus hijos, y hermanos haciéndolo el uno al otro. Muchos lloran. Entonces se me muestra el sitio donde están las mujeres. Antes de lavarse los pies, las madres e hijas oran juntas. Hermanas oran y se lavan los pies unas a otras. Veo reconciliar a los que han tenido desacuerdos. Todos parecen comprender que éste es un momento especial para retener en la memoria. Entonces observo en el sitio privado la reconciliación de las parejas casadas. Se piden perdón el uno al otro y piden a Dios que vuelva a santificar su matrimonio.
El Heraldo dice que venga y regresamos al templo. El pastor se pone de pie y dice, “Hoy recordamos la razón por la cual la mesa de la Santa Cena dice, ‘Haced esto en memoria de Mí.’” Sosteniendo el pan en alto, dice que simboliza a Jesús y su venida a la Tierra como nuestro Hermano, cómo dio su vida por nosotros y murió. También dice, “Al participar en esto, meditemos sobre el sacrificio que Él hizo por cada uno de nosotros. Tomémoslo, comámoslo. Éste es un símbolo de su cuerpo, el cual Él dio para que nosotros pudiésemos vivir.” Poco después dice, “Aceptamos este jugo de uva como un símbolo de la sangre que Jesús derramó por nosotros. Es por medio de su sangre que el Rey del universo bajó de su trono celestial, extendió sus brazos y sin resistencia alguna permitió que lo crucificaran, para que nosotros tuviésemos vida eterna. Al beber este jugo, recordemos el sacrificio que Jesús hizo por cada uno de nosotros.” Hay un período de silencio. Miro al Heraldo y él me dice que me fije en la congregación. Hay muchos ángeles con sus alas dobladas y sus cabezas inclinadas en respeto. El Heraldo explica, “Los ángeles comprenden el sacrificio inmenso que nuestro Creador ha hecho. La sangre de Jesús, nuestro Creador y nuestro Maestro, logró la victoria sobre el pecado. Es por medio de su sangre que Satanás, el que una vez estuvo junto a Dios, ha sido derrotado. Por medio de la sangre de Jesús tú puedes ser victorioso. Jesús pide que todos recuerden lo que Él hizo por ellos. Por medio de su sangre, Jesús ofreció el sacrificio máximo. Alabado sea Dios, el Señor de todo, el Creador, y Aquél que se hizo tu Salvador.”
Entonces el Heraldo dice, “En seis días Jesús creó los cielos y la tierra y descansó en el séptimo. Jesús también puede destruir la tierra en seis días. Cuando lo haga, todos descansarán en el séptimo día. El tiempo es corto y pronto los que detienen los vientos recibirán la instrucción de soltarlos. Todos sabrán lo que es la ira de Dios. Arrepiéntanse ahora para que no sean hallados deficientes e incapaces de arrepentirse de sus pecados. El tiempo es corto. Miren hacia el oriente y recuerden que su Salvador viene."