En mi sueño, Becky y yo estamos en una sala de reuniones conversando con otros que creen como nosotros en cuanto a un nuevo parque de diversiones que se ha abierto sólo para Adventistas de Séptimo Día. Hablamos de cómo nos vamos a acercar a la gente para explicarles que no deberían estar allí, que a ese lugar no deben ir los verdaderos Adventistas del Séptimo Día, y que los paseos que ellos creen que son seguros, en realidad no lo son.
Instantáneamente nos encontramos en ese parque, y nos dirigimos hacia la atracción principal, un gran tobogán de agua. Ha habido mucha publicidad entusiasta en cuanto a ese paseo, calificándolo como el mejor del mundo. Los empleados dicen que el paseo sube muy alto, luego en una manera muy divertida se desliza y baja a través de extensos valles y túneles, continuando hasta llegar al resplandor del día. Lo hace girar a uno, a veces boca abajo, y en otras hace parecer que uno está volando. Nuevamente va muy alto, y desde allá se ve una piscina inmensa que parece llegar hasta el horizonte. Los empleados describen cómo se desliza rápidamente desde una gran altura, y como al final de la piscina parece que uno está al borde del mundo. Explican que parecerá que caen para siempre, pero que no hay que preocuparse, porque el paseo es perfectamente seguro. Nosotros notamos que cuando el carrito del paseo llega al borde, vuelca a la gente y caen para siempre en un abismo.
Entonces, nuestro grupo se dirige al área de espera, donde muchos hacen fila para montarse en el carrito del paseo. Vemos como los empleados entretienen a la gente, y hablan en forma confortadora, como si fueran vendedores. Uno demuestra cómo puede hacer mover sólo con sus pensamientos un barquito que está en el suelo, y todo el mundo se ríe. Veo que el barquito tiene amarrado un hilo de pesca transparente, y alguien escondido al otro lado lo está jalando para que el barquito se mueva. Otro empleado hace funcionar un carrito pequeño, parecido al paseo acuático, por control remoto. Él dice que ése es más peligroso que el verdadero, y los empleados se ríen.
Entonces, nuestro grupo se acerca a las personas que están esperando para montar en el carrito y les mostramos la verdad, cómo el paseo termina en muerte, y les comprobamos que no deberían estar allí. Ellos están siendo entretenidos con cosas que a nosotros no nos parecen importantes, pero sirven para que la gente se sienta confiada, para que no se preocupen, sino que queden en un estupor inconsciente. Es como si ellos estuviesen “drogados” con lo que escuchan y ven, aunque no han ingerido nada. Mientras hablamos con la gente, algunos se van, pero muchos se quedan y dicen que no nos quieren escuchar, y que los dejemos en paz. Algunos comienzan a ayudarnos a hablar con otros.
Mientras caminamos alrededor, veo a una joven con una bolsa grande llena de fruta. Ella la está repartiendo a los que están esperando por el paseo. Cuando algunos toman la fruta, abandonan el parque, y ella les pide a unos pocos que trabajen con nuestro grupo. Muchos dicen que no quieren la fruta, y le piden a la mujer que los deje en paz. Esas personas se quedan en el parque.
Entonces, yo camino hacia la mujer y le digo que yo sé quién es, y que la he visto antes.
Ella dice: “Yo sé muy bien quién eres y el trabajo que has hecho; sé que muchos han aceptado la verdad que se te ha mostrado y ellos están a salvo. Sé cómo caíste y aunque no me viste, yo estaba allí, ayudándote mientras te levantabas. Conozco las falsedades que otros han dicho, y como a causa de eso, muchos ya no tienen interés en comer la fruta que les ofrezco. Ellos se han apartado, y se dirigen hacia el precipicio.” La mujer continúa acercándose a las personas una a la vez, y rápidamente les ofrece fruta, y sigue adelante.