En mi sueño, me hallo parado junto a una carretera recta y llana, con amplios carriles. Al mirar hacia la izquierda, veo que hay un pueblo muy pequeño como a un kilómetro de distancia. Al mirar hacia la derecha, veo que la carretera sigue recta hasta donde alcanza la vista. El área es llana. No veo ningún árbol cerca de la carretera, la cual tiene un carril que va hacia el pueblo y otro que sale. A mi derecha, donde termina el pueblo, noto una letrero que dice “Límite de Velocidad 25.” Entonces veo a cuatro muchachos que salen de la hierba junto al camino. Con risas y bromas corren hacia el letrero, lo sacan, y lo reemplazan con otro que dice “Límite de Velocidad 80.” Vuelvo a escuchar sus risotadas mientras se llevan el letrero viejo y desaparecen en la hierba alta.
Entonces miro hacia la izquierda y veo que el chofer de un auto sale del pueblo. De repente, en el silencio, oigo una voz que dice, “Él sale para atender asuntos que sabe que debe atender.” Me doy vuelta y veo al Heraldo, quien sigue explicando que a ese individuo muchas veces le han dado premios por ser el chofer más seguro. Al llegar a una señal de alto, o a una luz roja que permite doblar a la derecha, él siempre se detiene completamente y espera antes de seguir. Siempre es cortés con otros y al llegar a una intersección, les invita a pasar antes que él. Al llegar a un cruce de peatones, él se detiene y no sigue hasta que el individuo que esté cruzando haya llegado a la acera. Siempre obedece el límite de velocidad. Dice el Heraldo, “Él es un buen chofer. Fíjate cómo sale del pueblo y cómo se esfuerza por no cometer errores.”
Aunque sé que el Heraldo y yo estamos de pie observando, ni él ni yo somos visibles. Observamos al buen chofer pasarnos a un paso lento. Más adelante en la carretera, noto que él observa el letrero que dice “Límite de Velocidad 80.” Él presiona el acelerador y al instante su auto va a esa velocidad. Entonces, el Heraldo y yo vamos a cierta distancia por la carretera y vemos que se aproxima el buen chofer a 80 millas por hora. Detrás de él, veo a un policía con sus luces rojas prendidas. Cuando el buen chofer se detiene, el policía le impone una multa y le explica que él viajaba a 80 millas por hora en una zona donde el límite es 25 millas. El buen chofer le explica que estaba cumpliendo con el letrero que decía “Límite de Velocidad 80”, el cual había visto unas dos millas antes. Le pide al policía que regrese con él para ver el letrero, y el policía acepta seguirlo. Instantáneamente, el Heraldo y yo nos hallamos junto al letrero, y los muchachos están volviendo a colocar el letrero que dice “Límite de Velocidad 25.” Los oigo reír mientras desaparecen en la hierba alta.
Entonces veo al buen chofer y al policía llegar a donde está el letrero que indica el límite de velocidad. El chofer sale de su auto, va hacia el letrero, lo señala y dice, “Aquí está el letrero que dice que el límite de velocidad es 80 millas por hora.” Al señalarlo, queda espantado al ver que el letrero ahora dice “Límite de Velocidad 25.” El policía le dice al chofer que tiene que regresar para ver al juez.
Entonces el Heraldo y yo nos encontramos en el tribunal, donde el chofer está de pie delante del juez. El juez dice que lo hallaron viajando a 80 millas por hora en una zona donde el límite de velocidad marcado era 25. Al chofer le imponen una multa alta, tiene que devolver todos sus premios y ahora lo denominan como el peor chofer.
En el pueblo pequeño pronto corre la noticia de que no se puede confiar en él como un buen chofer. Corren rumores que mientras manejaba, había atropellado y matado a individuos. Alguien dice que si lo ven manejando por la calle, deben salir de la acera, porque él tratará de atropellarlos. Algunos dicen que se le debería quitar su licencia de manejar.
Llamándome por mi nombre celestial, el Heraldo me dice que el chofer iba manejando conforme a lo que él creía que era el límite de velocidad marcado, que había hecho lo que él pensaba que debía hacer. Sin embargo, no se le dio una oportunidad de confesar antes de comparecer ante el juez.1
Mientras camino junto al Heraldo, él me explica, “Así fue lo que te pasó a ti. Muchos no comprendieron, ni comprenden todavía, que tú sencillamente estabas observando lo que tú pensabas que era el límite correcto de velocidad. Aunque te obligaron a comparecer ante policías y jueces terrenales, los cuales te condenaron y declararon un chofer inseguro, tú compareciste ante el único que tiene el derecho de escuchar—el Gran Juez—y le pediste perdón. Él te perdonó, y a los ojos de Dios, tú volviste a ser un buen chofer.”
El Heraldo sigue explicando que hay muchos que han decidido llevar un uniforme y reparten multas con agrado. Han decidido obrar como policías, aunque no se les ha pedido que sirvan en esa capacidad. Están ansiosos de señalar las transgresiones de otros, pero hacen caso omiso de las propias. Hay otros que se nombran a sí mismos para servir de jueces, aunque el Gran Juez no los ha llamado. Llevan el manto de juez y piden que la gente los denomine como jueces. Caminan aparentando justicia. Hacen sus propias leyes y condenan a los que transgreden esas leyes. Así también ocurre en la iglesia de Dios. Hay jueces que visten mantos e imponen una sentencia sobre individuos a quienes no tienen el derecho de juzgar. Ésos no son los jueces de Dios.2
Los que obran por sí mismos están enseñando errores. Celebran sus cultos en una manera que no es reverente ni santa. Se han dejado llevar por el gran engañador.Mientras caminamos el Heraldo dice, “Pronto quedará claro el Espíritu Santo. Aquéllos que han caminado en la senda correcta y han pedido su consejo en todas las cosas, serán guiados directamente por el Padre.” El Heraldo se detiene, me llama por mi nombre celestial y dice, “Día tras día tú has pedido su dirección y has discernido que su mano divina reposa sobre ti. Él ha escuchado muchas oraciones silenciosas y privadas que has orado diciéndole que sólo deseas servirle a Él. Él ha escuchado tus oraciones y conoce tu corazón.”
Entonces el Heraldo señala hacia un campo abierto y dice, “Pronto esto será lo que Él guiará.” Veo algo que parece un tobogán muy largo que se extiende desde la tierra hasta una ventana en el cielo. La ventana se abre lentamente hacia arriba, y de la abertura comienza a caer algo que parece monedas de oro que se amontonan en la tierra. Mientras siguen cayendo, el montículo sigue creciendo.
Entonces el Heraldo dice, “Ahora mira por acá.” Miro hacia la izquierda y veo algo que parece un cuadro grande en el cielo, excepto que se mueve, como si estuviera vivo. Es un cuadro enmarcado de Elena de White. En la parte inferior del marco hay un rótulo que dice, “Elena de White, profetiza escogida por Dios para el fin del tiempo.” El Heraldo me explica que todas las cosas son posibles por medio del Gran Juez que está sentado en su trono celestial. Él perdona a todos, y capacita a los que estén dispuestos a hacer lo que Él les pide.3
Entonces el Heraldo dice que mire hacia la parte oriental del cielo. Se inclina sobre una rodilla y baja la cabeza en reverencia. Oigo una voz que retumba como un trueno por el campo llano, sin embargo tiene el sonido preciso de una gran catarata, de una pequeña corriente de agua y el sonido tenue de un riachuelo tranquilo—todo a la vez. Se oye que la voz dice, “He observado como mi iglesia ha degradado mi diseño. He observado como los cultos para adorarme se han tornado irreverentes, y han traído toda clase de maldades a mi corte terrenal. Muchos ya no me adoran, sino que adoran al que controla la tierra. Ese gobernador de la tierra controla a los que él ha engañado para que me adoren de una manera que no es santa.” Se me dice, “He escuchado tus oraciones. Conozco tu corazón y tu deseo de servir. Te prometo que te proveeré todo lo que has visto y más. Debido a que muchos me buscan en el culto y no pueden entender cómo hallarme, te doy mi promesa que está escrita en Jeremías 3:15.” Entonces veo escritura en el cielo como en otras ocasiones, excepto que mientras aparecen las palabras, oigo hablar esa misma Voz Grande. “Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con conocimiento y con inteligencia.” 4
Sigue hablando la voz, “En las salas del cielo hay un gran reloj que muestra la hora del Maestro. Estad alertas a cuando ocurran estas cosas, pero sepáis que será conforme a cuando el gran reloj muestre la hora que Yo escoja. Los pastores que enviaré harán lo que Yo les pida. Ellos enseñarán conforme a Mi propio corazón. Mi santuario terrenal será un lugar santo y reverente para todos los que me busquen.”Entonces, todo queda en silencio. El Heraldo se pone de pie e instruye: “Velad y sepáis que todo es conforme al gran reloj santo, controlado por Aquél que controla el tiempo. Todo ocurrirá conforme a su tiempo, tal como ÉL ES.”
1. | ↑ | Testimonios para la Iglesia, tomo 5, p. 248 Dios será condescendiente con algunos y examinará y probará a todos; pero su maldición seguirá al que profesa la verdad y es egoísta y amante del mundo. Dios conoce el corazón; cada pensamiento y cada intención está abierta ante sus ojos. Él dice: “Yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco” 1 Samuel 2:30. Él sabe a quién bendecir y quiénes merecen su maldición. Él no se equivoca, porque los ángeles guardan registro de todas nuestras acciones y palabras. |
2. | ↑ | 1 Samuel 16:7 Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. |
3. | ↑ | Testimonios para los Ministros, p. 299 Permítame decirle que el Señor actuará en esa etapa final de la obra en una forma muy diferente de la acostumbrada, contraria a todos los planes humanos. Habrá entre nosotros personas que siempre querrán controlar la obra de Dios y dictar hasta los movimientos que deberán hacerse cuando la obra avance bajo la dirección de ese ángel que se une al tercero para dar el mensaje que ha de ser comunicado al mundo. Dios empleará formas y medios que nos permitirán ver que él está tomando las riendas en sus propias manos. Los obreros se sorprenderán por los medios sencillos que utilizará para realizar y perfeccionar su obra en justicia. |
4. | ↑ | Testimonios para la Iglesia, tomo 1, p. 192 No debiera animarse a una persona a que salga a trabajar al campo sin tener evidencia inequívoca de que ha sido llamada. El Señor no confiará la responsabilidad de cuidar su grey a personas que no posean las calificaciones necesarias. Aquéllos a quienes Dios llama deben ser personas de profunda experiencia, probados, de juicio sólido, personas que se atrevan a reprochar el pecado con espíritu de humildad, y que entiendan cómo alimentar a la grey. Dios conoce el corazón y también sabe a quién elegir. |