[Favor de notar: Aunque ni Dios ni su pueblo aprueban del hábito de fumar, en los casos de las conversiones al último momento, Dios conoce el corazón, tal como lo demuestra el sueño siguiente. Este sueño también ilustra cómo Dios guiará a individuos para que alcancen a otros para Él. Es importante pedir la ayuda del Espíritu Santo y evitar adelantarse a Dios debido a impresiones erróneas.
Alza Tus Ojos, p. 139
Siempre habrá obstáculos delante de nosotros pero hemos de seguir a nuestro Líder y enfrentar nuestras dificultades en forma unida, tomados de la mano. Hay un solo camino al cielo. Debemos caminar en las huellas de Jesús, haciendo sus obras en la misma forma como Él hizo las obras de su Padre. Debemos estudiar sus caminos, no los caminos del hombre; debemos obedecer su voluntad, no la nuestra; debemos caminar cuidadosamente. No se adelanten a Cristo. No hagan ningún movimiento sin consultar a su Comandante. Pidan humildemente en oración y recibirán. Él es “el camino, y la verdad, y la vida”. Juan 14:6.]
En mi sueño, soy un observador que ve y escucha una conversación en español entre dos hombres. Aunque no conozco el idioma, comprendo perfectamente las palabras. Uno de los hombres se viste en forma sencilla y tiene una Biblia en la mano. Por alguna razón, el otro hombre está malhumorado. El hombre con la Biblia le habla suavemente y le sonríe.
Entonces veo salir por la puerta de una casa a un hombre mucho mayor. Me doy cuenta que tiene ochenta y tantos años. Llama al malhumorado, quien me doy cuenta es su hijo. El padre le pide que vaya y que lleve al hombre que tiene la Biblia. El anciano tiene un cigarrillo en la mano y comienza a toser. Le pide al hijo que se calle y lo deje hablar a él. Entonces comienza a decirle al hombre que tiene la Biblia que él no necesita a Dios ni a un Salvador a quien orar. Señala hacia una camioneta antigua estacionada en la calle y dice, “¿Ve usted esa camioneta? Siempre me lleva adonde debo ir. Sé que puedo depender de ella. Si necesito ir a algún sitio, me meto, la prendo y voy allá. Si esa camioneta tiene algún problema para marchar, yo le arreglo lo que esté dañado y sigo adelante. Ha sido una buena amiga, y siempre me ha servido bien. Ya he dicho que cuando me muera, quiero que me entierren en ella. Esa camioneta vieja es el único dios o salvador que yo necesito. Ella me cuida, y yo la cuido.” El anciano vuelve a toser. El hombre con la Biblia mira hacia la camioneta y dice, “Es una gran camioneta. Usted la ha cuidado muy bien. Es del ’48, ¿cierto?” El anciano sonríe y dice, “Usted conoce las camionetas. ¿Desea ver algunas fotos de la viejecita? Venga conmigo.”
El anciano entra a la casa, le ofrece un asiento al visitante y le pregunta si desea tomar algo. El hombre dice que sí, y el padre le dice al hijo que le traiga un vaso de agua, y que se fije que sea uno limpio. El anciano comienza a relatar que hace muchos años el peleó en la guerra coreana. Se prometió a sí mismo que cuando regresase de la guerra, iba a comprarse una camioneta Ford nuevecita. Día tras día se hacía la idea de que estaba colocando todo lo que ganaba para llevarse una camioneta nueva del negocio automotor. Por fin, el ejército le dio de baja y pudo regresar a la casa. Dijo que él y su novia fueron juntos al negocio automotor para comprar la camioneta.
Al escuchar al anciano hablar de su camioneta, me doy cuenta que ha desempeñado un papel importante en su vida. Él relata que un día alzó a la novia, la sentó en la compuerta de descarga, se arrodilló y le preguntó si estaba dispuesta a casarse con él. Relata que el día de la boda, le amarraron latas a la parte trasera de la camioneta. Menciona que él y su esposa edificaron la casa donde se encuentran y que usaron la camioneta para transportar los materiales para la construcción. Explica que se hicieron la vida usando la camioneta—desde la cosecha de fruta hasta el transporte de bienes ajenos. Su único hijo nació en la camioneta en camino al hospital. Habla de muchas experiencias duras y agradables con su camioneta.
Entonces veo que el hombre con la Biblia mira hacia abajo, y es como si pudiera escuchar sus pensamientos. Silenciosamente dice estas palabras, “Padre celestial, tú me has enviado, y he venido. No sé qué decir. Ahora necesito a tu Espíritu para darme las palabras debidas”.1
Entonces mira al anciano y le dice, “Parece que usted y su camioneta han tenido una historia larga juntos.” El anciano relata que hace unos años perdió a su esposa y que llevaron su ataúd al cementerio en la camioneta. Dijo que ella era una santa, una mujer de Dios. Sonríe y mira hacia el piso unos momentos. Todo está en silencio. Entonces apaga su cigarrillo y vuelve a toser. Mira al visitante y dice, “Bueno, yo sé que mi camioneta puede ser restaurada, pero yo estoy llegando al punto donde ya no me pueden componer.” El visitante se inclina hacia adelante y contesta, “Su esposa albergó la esperanza de verlo a usted a su lado cuando ella escuchase la voz de Jesús llamarla.” Dice el anciano, “Sí, pero yo he sido un hombre malo. He hecho tantas cosas malas. Yo sé que no podré estar junto a ella.” Entonces, el visitante explica, “Todos han pecado. Muchos han cometido grandes errores. Lo único que hay que hacer es saber en el corazón que el Hijo de Dios, Cristo Jesús, vino a esta tierra y murió para que usted pudiese ser salvo. Dígale al Padre celestial que cree en su Hijo y que acepta el sacrificio que hizo por usted. Entonces, si le dice al Padre que se arrepiente de todos sus pecados y le pide que lo perdone, Él lo hará, y con su Hijo le darán la bienvenida con los brazos abiertos.”Entonces, el anciano se inclina hacia atrás en su asiento y permanece meditando profundamente. Mira al visitante y dice, “Bueno, yo he hecho muchas cosas que jamás pronunciaría en alta voz. He hecho algunas cosas de las cuales no me siento orgulloso. He hecho cosas que entristecerían mucho a mi esposa. A lo largo de mi vida, he hecho muchas cosas muy malas.” Responde el visitante, “No necesita decirle esas cosas a nadie. Dígaselas a su Padre celestial. Ahora mismo Él está listo para escucharle. Si le dice que se arrepiente y le pide que lo perdone, Él lo hará.” El anciano explica que ya no puede arrodillarse. El visitante le dice que se arrodille con la mente y el corazón. El anciano se inclina hacia atrás, cierra los ojos, y su rostro se llena de paz.2
Entonces, el visitante se arrodilla junto al anciano.Entonces veo de pie a su lado a quien sé es su ángel guardián. Sus alas se doblan y cierran lentamente, y él inclina su cabeza. No comprendo lo que estoy viendo, cuando aparece otro ángel, quien le entrega al ángel guardián algo que parece un tablero de cristal. Entonces veo un tercer ángel, el cual tiene en la mano derecha algo que parece una espada apuntada hacia abajo. El otro extremo tiene algo que parece una banderilla o pendón blanco. El ángel guardián y el ángel que tenía el tablero vuelan hacia arriba y desaparecen. Entonces me doy cuenta que el que queda es un ángel marcador.
Ahora comprendo la paz que inundó el rostro del anciano, porque en su corazón había conversado brevemente con su Padre celestial. En su sabiduría divina, Dios conocía el corazón de ese individuo y le otorgó la paz y descanso de su vida pecaminosa. Él descansará en la tumba y en los brazos de Jesús hasta el día cuando Él regrese, tal como lo prometió. Él llamará a ese hombre del sepulcro a la vida eterna. En cosa de un instante, el Gran Padre Perdonador escuchó la plegaria del anciano. Fue hallado y perdonado. Todo ha estado en silencio. Tengo lágrimas que corren por mis mejillas cuando escucho una voz conocida que llama mi nombre celestial. Dice el Heraldo, “El Padre espera a todos que se acerquen a su trono. Tiene amor perdonador para cada uno que se lo pida.”3
Al instante me hallo en el pasillo donde he estado anteriormente. El Heraldo explica que si se nos pide que vayamos a servir, debemos ir y servir. Si somos el individuo que recibe una visita, no debemos rechazar al que venga a visitarnos. El Padre celestial envía a quienes Él desea enviar. Todos deberíamos escuchar las palabras que Dios da.
Habrá algunos que lean o escuchen estas palabras que comenten que es un relato interesante. El Espíritu Santo no se acerca a un individuo sólo para contarle un buen relato. Aquéllos que sólo consideren esto como un relato han sido entretenidos emocionalmente, y no escuchan la voz del Gran Consolador. Aquéllos que escuchan estas palabras y acuden al trono divino de la misericordia de Dios, lo hacen porque escuchan la voz suave y tierna del Consolador. El Heraldo explica que lo que vi y observé tiene muchas lecciones que se pueden aprender a través de la enseñanza del Espíritu Santo.
1. | ↑ | Alza Tus Ojos, p. 351 Necesitamos implorar la ayuda del Espíritu Santo, conscientes de nuestra impotencia. Entonces, cuando el Espíritu Santo obre, no daremos la gloria al yo. Testimonios para la Iglesia, tomo 6, p. 326 Si aprendéis a ser mansos y humildes como Cristo, sabréis qué decir a la gente; porque el Espíritu Santo os enseñará las palabras que habréis de hablar. Los que comprenden la necesidad que hay de mantener el corazón bajo el dominio del Espíritu Santo, estarán capacitados para sembrar semillas que brotarán para vida eterna. El Discurso Maestro de Jesucristo, p. 93 Únicamente aquéllos que se dedican a servirle diciendo: “Heme aquí, envíame a mí”, para abrir los ojos de los ciegos, para apartar a los hombres “de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe... perdón de pecados y herencia entre los santificados”; (S. Mateo 24:14; Isaías 6:8; Hechos 26:18) solamente éstos oran con sinceridad: “Venga tu reino.” |
2. | ↑ | Cada Día con Dios, p. 234 ¡Qué fe tenía aquel ladrón que estaba por morir en la cruz! ... La fe del condenado era dulce música para los oídos de Jesús. |
3. | ↑ | Mensajes Selectos, tomo 1, p. 414 ... Nadie piense que su caso es sin esperanza, pues no es así. Quizá os parezca que sois pecadores y estáis perdidos, pero precisamente por eso necesitáis un Salvador. Si tenéis pecados que confesar, no perdáis tiempo. Los momentos son de oro. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” 1 Juan 1:9. Serán saciados los que tienen hambre y sed de justicia, pues Jesús lo ha prometido. ¡Precioso Salvador! Sus brazos están abiertos para recibirnos, y su gran corazón de amor espera para bendecirnos. |