The Review and Herald (La Revista Adventista), 3 de enero de 1893
EL motivo por el cual Cristo dijo, “No juzguéis”, es porque es natural para el hombre exaltar su propia piedad, evitar un examen sincero de su propio corazón, y despreciar a otros. Si mirásemos las cosas en su luz debida, veríamos que nosotros necesitamos la misericordia de Cristo cada momento, y concederíamos la misma a nuestros hermanos. Jesús no ha colocado al hombre en el tribunal; porque Él conoce demasiado bien la naturaleza humana para darle al ser humano la capacidad de juzgar y condenar a otros. Él sabía que, en su juicio imperfecto, desarraigaría alguna cizaña digna de su simpatía y confianza, y pasaría por alto a otros que merecen que se los trate decididamente, cumpliendo la regla de la Biblia. Si la influencia de miembros errantes tiene una influencia que corrompe a otros, deben ser borrados; y el cielo confirmará esa acción. La obra del enemigo es sembrar cizaña entre el trigo; y habrá hombres en la iglesia cuya influencia, según lo que podemos discernir por la apariencia exterior, no bendice a la iglesia. Pero aun en estos casos, debemos andar con cautela; porque Cristo y las agencias celestiales están trabajando para purificar para sí mismo un pueblo adquirido, celoso de buenas obras. [Trad.]
Manuscript Releases (Manuscritos), tomo 9, pp. 196-197
Ahora los mensajeros de Dios deben pedir sabiduría para saber cómo tratar cada caso individual. No todos deben tratarse de igual manera. Al hacer un análisis cuidadoso, se verá que los casos individuales son distintos. Hay que llevar algunos más tiempo que a otros, pero si uno está viviendo en desobediencia a los mandamientos de Dios, la iglesia debe actuar y separarlo de sí. Y en el caso de otros pecados, con frecuencia será necesario eliminar de la feligresía a las almas si continúan en sus pecados; sin embargo, se debe tener mucho cuidado, y ejercer mucha paciencia y tolerancia.
Vi que el hermano había tratado de hacer el bien, según lo mejor que sabía, sin embargo, a veces había fracasado. Vi que se deben ejercer juicio y cautela. Los mensajeros deben salir unidos, con decisión y fuerzas, sin embargo, deben tener humildad y paciencia para cumplir con su deber teniendo amor para las almas. Todos deben ir entre el pueblo, acompañados por el poder y el Espíritu de Dios, y deben tener energías para despertar a los estúpidos y a los que no están vigilando, y hacer que se despierten y alisten. [Trad.]
Ibíd., tomo 5, p. 201
Entonces vi al hermano J. Él había herido y rasgado los corazones del pueblo de Dios. Vi que él había sido terco y rebelde, y a menos que cambiase completamente de rumbo, la iglesia debía eliminarlo de la feligresía, porque ha sido un lastre para la iglesia. . . . [Trad.]
Ibíd., tomo 15, p. 167
Si hay en la iglesia algunos que andan en contra de la Palabra de Dios, que no dan muestras de que se esfuerzan por vivir la vida de Cristo, los pastores fieles deben trabajar a favor de ellos. Si ellos rehúsan salir del mundo y apartarse de él, si siguen andando en contra de los reglamentos bíblicos, deben ser suspendidos de la feligresía de la iglesia, para que no sean piedras de tropiezo para los pecadores. Una vez que se haya trabajado con ellos sinceramente, si ellos rehúsan arrepentirse y humillarse delante de Dios, deben ser separados de la iglesia. [Trad.]
Comentario Bíblico Adventista del Séptimo Día, tomo 5, p. 1071
Los nombres de los que pecan y se niegan a arrepentirse no deben ser retenidos en los libros de la iglesia, para que los santos no sean considerados como responsables de sus malas obras. Los que siguen el camino de la transgresión deben ser visitados y trabajar a favor de ellos, y si aún rehúsan arrepentirse, deben ser eliminados de la feligresía de la iglesia, de acuerdo con las reglas establecidas en la Palabra de Dios. …
No se debe tener en la iglesia a los que insisten en no escuchar las admoniciones y advertencias dadas por los fieles mensajeros de Dios. Deben ser eliminados de la feligresía, porque serán como Acán en el campamento de Israel: engañados y engañadores.
Después de leer el relato del pecado de Acán y su castigo, ¿quién puede pensar que la voluntad de Dios es que los que obran impíamente y se resisten a arrepentirse, deben ser retenidos en la iglesia? Retenerlos sería un insulto al Dios del cielo. (Carta 215, 1902)